Las próximas
confrontaciones electorales están ya forzando a los partidos a definir
sus posicionamientos y sus mensajes para terminar de conformar ese mercado
político que se nos ofrecerá a los electores.
El escenario no es
el mismo que en otras ocasiones. Ni tan siquiera parecido al de la última
ocasión cuando ejercimos ese, hasta ahora, respetado derecho de celebrar, como
se suele definir, esa fiesta de la democracia al votar en las pasadas elecciones
europeas. Y no ha transcurrido desde entonces demasiado tiempo. El
escenario ha ido empeorando progresiva y sustancialmente desde entonces porque
la situación económica no ha mejorado para que lo podamos afirmar los
ciudadanos de a pié a pesar de las optimistas declaraciones gubernamentales; el
paro sigue en una situación alarmante y el empleo que se genera es
precario y sin expectativas de futuro; los jóvenes parados se mantienen en unas
cifras escalofriantes y, el futuro, ellos ya ni se lo plantean, sino que lo
gestionan desde posicionamientos alternativos pero fuera ya del marco de
convivencia que establecimos entre todos no hace tampoco tantos años; los
partidos políticos que han conformado este período siguen a la gresca a ver
quién tiene más casos de corrupción sin que las medidas que dicen tomar, que no
se ven, o las que pretenden tomar, y aun discuten, convenzan ya a un electorado
harto y frustrado, cuyo umbral de tolerancia al propio sistema ha superado con
creces cualquier límite razonable que permita pensar en poder recuperar esos
ingentes recursos humanos para trabajar en la solución de los problemas
existentes a corto o medio plazo. Percibo e intuyo que, en algunos casos, ese
anónimo elector ya ni está cabreado e indignado como no hacía mucho lo estaba,
sino que sencillamente ha desconectado del sistema porque no cree absolutamente
nada que pueda provenir de el y, por tanto, podríamos pensar que o bien espera
paciente poder dar un golpe de mano y hacerlo desaparecer, tal cual lo
conocemos, en las próximas confrontaciones electorales o, sencillamente,
continuará pasando y quedará fuera de él aunque lo siga sufriendo, hasta no
sabemos cuándo, porque pueda producirse entonces una reacción social masiva
ante esta insostenible situación. En cualquier caso y momento que pueda producirse
ese futurible, acepto con antelación que llevará razón y no le faltarán motivos
ni argumentos para ello, tenga las consecuencias que tenga esa decisión
colectiva, ayude o no a mejorar esta situación pues, aunque la responsabilidad
del que elige es esa, y la tiene con su elección, el elegido es el que tiene
que aportar las soluciones, pues para eso se le elige, y no es esa la
constatación que estamos teniendo de muchos responsables electos de los últimos
momentos políticos.
El sistema político,
social, institucional y económico que hemos conocido desde la recuperación
democrática en este país, ha quebrado definitivamente. Hace aguas en todos y
cada uno de sus costados. Sus costuras ya no soportan tal desajuste en su
funcionamiento ni la presión por las consecuencias que de ese funcionamiento se
derivan, y cada vez se pueden oír más opiniones en el sentido de que no hay
forma de poder repararlo sin cirugía, amputaciones o intervenciones agresivas.
El hedor y la putrefacción lo han invadido todo.
Ante ese desolador
escenario que es absurdo no reconocer y admitir para que sirva de acicate a las
personas con principios y convicciones sociales, a las personas con principios
éticos y convicción de servicio público,
a las personas que con compromiso, esfuerzo, transparencia, honestidad,
integridad y respeto, estén dispuestas a luchar por un mundo mejor para las
generaciones venideras desde la responsabilidad pública democrática, que
siempre será necesaria y es en lo que verdaderamente creo, sigo en la convicción
de que la salida habrá de ser una salida desde la Política, desde la
ética política, sin menosprecios de terceros.
Los liderazgos
necesarios para ello, e inexistentes a mi entender en este horizonte inmediato,
habrán de surgir de entre los ciudadanos y ciudadanas con valores que los
acrediten; desde las organizaciones políticas previamente desinfectadas y
aireadas que tendrán que facilitar la llegada de los mejores y no de los más
serviles ni de entre los más eficaces para mantenerse; desde la juventud o la
experiencia, indistintamente por simple aprovechamiento de todo; desde el
hombre o la mujer; desde una descentralización de los poderes partidarios y una
transparente democratización de sus estructuras; desde un sistema que facilite la elección a
los electores de entre quienes consideren más capacitados entre los candidatos,
con la certeza de que tendrán fecha de caducidad antes de acceder al puesto,
con unos controles eficaces que permitan conocer el antes, el durante y el
después de las decisiones y actitudes del responsable público en cuestión, del
nivel que sea, con responsabilidades exigibles a cualquier nivel de forma
rápida e idéntica a la de cualquier otro común ciudadano, con igualdad entre
las personas en cualquier parte del territorio nacional y con cohesión en todo
el territorio del estado por acuerdos de convivencia política que la faciliten.
Democracia, justicia e
igualdad han de impregnar a las nuevas generaciones, con ejemplos, con modelos
a seguir, con educación y formación en esos valores, con respeto a lo
colectivo, a lo que es de todos y todas, y con capacidades para poder exigir
los cumplimientos de unos principios éticos irrenunciables en aquel que no los
esté cumpliendo.
¿Ilusorio e imposible?, No,
real y posible y siempre perfeccionable y revisable en el tiempo de forma
continua. Un camino a seguir, unos objetivos a alcanzar y una dación de cuentas
permanente a quienes todos los responsables públicos se deben, a los ciudadanos
y ciudadanas, al pueblo. Desarrollar esos nuevos mecanismos y eliminar aquellas
estructuras que lo impidan es una de esas tareas.
Definir todo ello es tan
necesario o más, en estos momentos, que nuevos hospitales, centros de salud,
escuelas, carreteras o subvenciones. Todo eso podrá llegar y habrá de llegar
pero ha de ser en una prelación posterior. Hay que revisar primero las
estructuras de un sistema que se desploma porque los ciudadanos se alejan de
él, y sin ciudadanos no puede haber nada.
Y el riesgo no será menor,
tras las futuras elecciones, sean de los niveles que sean, y sean los
resultados que fueren, y eso me preocupa profundamente teniendo esta situación
de salida, si las decisiones políticas posteriores de los electos que accedan a
esas responsabilidades, no responden a estas demandas sociales de regeneración,
y vuelven a frustrar y a alejar aun más a los escasos ciudadanos que se
acercaron a ese mercado político que se les ofertó. Si compramos en dicho
mercado nuevas musiquillas, nuevas ofertas políticas que se nos trasladan antes
de votar y que después no van a estar reflejadas en las posteriores gestiones o
decisiones políticas, e incluso pueda ser al contrario y se pretenda justificar
lo imposible, por los motivos que sea, de poder cumplir aquello que entonces se
nos dijo, producirá una nueva sensación vomitiva de “dejá vu”. Si eso ocurre
una vez más, esto ya no habrá quién lo pueda reconstruir, pues la Política se
habrá quedado sola como una apestada, sin ciudadanos que la valoren, la
crean, la compartan o se ilusionen con ella. Habrá muerto durante muchos años,
y eso sí que ni se lo podemos, ni nos lo podemos permitir.
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