Ese arquetipo
homocéntrico debiéramos relativizarlo para poder entender mejor nuestros
momentos, aprendiendo del pasado en todo aquello que es posible y utilizar todo
aquello útil que nos puede suministrar a través de su conocimiento, para
recomponer y afianzar este volátil momento actual con principios y convicciones
que, aunque tengan que cambiar y adaptarse lógicamente a los nuevos tiempos, no
han de ser obviados, modificados ni desechados sin más. Sería un error a mi entender.
Es decir, afianzar
los principios, muchos de ellos del pasado,
para abordar soluciones a los problemas del presente y poder generar un
mejor futuro.
Por tanto, no somos, ni hoy ni nunca, el único
centro de la naturaleza como pensamos ni el más importante en el devenir de los
tiempos. Sí es cierto que vivimos nuestros momentos como únicos e
importantísimos para nosotros, pero eso no nos debe impedir ver que las nuevas
respuestas han de responder a los principios que siempre hemos defendido y
mantenido en el tiempo como ejes de nuestro discurso y, apoyándonos en ellos y
en las respuestas que con anterioridad hayan podido ser útiles y eficaces a
problemas similares o con el mismo origen, adecuarlas con esa coherencia
ideológica a los nuevos retos del presente. Esa es a mi entender nuestra
responsabilidad para estos nuevos tiempos y para salir de este impasse en el
que nos encontramos con suficiente solidez ideológica. Una fuerza que nos
permita ser útiles a los ciudadanos y ciudadanas de nuestro tiempo para aportar
así una mejor situación a las de los tiempos venideros y evitar el riesgo de
desaparecer absorbidos por las nuevas tendencias ideológicas dominantes o
permanecer en el tiempo en la irrelevancia política.
Sí es cierto que
hay un elemento diferente en nuestro tiempo presente que es la velocidad con la
que se pueden producir esos cambios habida cuenta de la velocidad con la que la
información se genera y se mueve, casi en tiempo real, proceda de la parte del
mundo que sea. Ello, que es positivo en su esencia, hace difícil también que
podamos ser capaces de dominarlo todo y de responder adecuadamente a todo por
lo que, desde mi criterio, se hace más razonable aun contar con unas líneas
claras, debatidas y escritas y otras suficientemente interiorizadas, que son
nuestros principios, que nos deben orientar y servirnos de guía para no
salirnos de ellas y, de esta manera, conseguir que nuestras respuestas
respondan a un continuum coherente y no a la improvisación.
Por consiguiente,
este perogrullesco pero no menos necesario razonamiento en los tiempos que
corren me lleva a proponer que debemos volver nuestras miradas a los principios
de libertad, igualdad y justicia que son los que deben orientar nuestra
práctica política. Democracia, más democracia y mantenimiento del estado del
bienestar han de ser nuestros grandes objetivos en nuestras políticas.
Por todo ello y
para ello, como socialista moderno y socialdemócrata sin complejos, considero
necesario adecuar nuestras respuestas políticas siempre a esos principios y
objetivos y, por tanto, trasladarles a nuestros ciudadanos y ciudadanas
propuestas concretas que respondan a esa visión política y social.
Dados los tiempos
que corren, además de debatir y aportar planteamientos económicos, culturales,
medioambientales, educativos, sanitarios, de empleo, sociales, de justicia,
territoriales, etc, coherentes y acordes a esas premisas ideológicas, entiendo
que es necesario y útil comenzar por defender y practicar el valor de la
política como instrumento de transformación social al servicio de lo público,
del interés general y, en definitiva, de las personas.
Decirlo, sólo, que
puede ser fácil, no va servir, habida cuenta del descrédito de la misma, del
alejamiento de los/as ciudadanos de ella y de la falta de credibilidad
acumulada que arrastran los partidos políticos, instrumentos que canalizan
nuestra representación. Considero que estas consecuencias, en la mayoría de los
casos, han sido ganadas a pulso por malas praxis políticas en algunos casos. Decirlo,
simplemente, podría ser entendido hasta
como demagógico y burlesco. Por tanto, habrá que demostrarlo, definiéndolo,
diciéndolo, proponiéndolo y practicándolo para así empezar a conseguir atraer
de nuevo a tantas y tantos ciudadanos/as desencantados/as con una práctica
política hoy día rechazada e incorporar a más y más personas a esta tarea de
todos.
Si estamos
convencidos de ello, ¿por qué no, como socialistas y socialdemócratas sin
complejos, no establecemos como principio general que en nuestras propuestas de
regeneración política vamos a introducir medidas que acerquen cada vez más al
representante público al ciudadano orientadas a que este se parezca más a aquel
y aquel pueda sentirse cada vez más identificado con este?. Entiendo que como
personas de progreso y de izquierda sería de sentido común.
Si estamos
convencidos de ello, ¿por qué no racionalizar situaciones que por lo general el
ciudadano no entiende ni comparte cuando las conoce, en muchos casos ocultas y
conocidas sólo por quiénes las disfrutan, revisando las mismas y suprimiendo
aquellas que puedan asemejarse a privilegios y prebendas?, ¿miedo a que
alejaría de la política los talentos que deseamos que se incorporen a ella con
un fin de servicio público dignamente retribuido?. Por mi parte lo considero
necesario y, además, pienso que quien se alejara de planteamientos de
racionalización de lo público para una mejor utilización de los recursos
públicos en pro del interés general bien alejado estaría, y eso sí aportaría
desde ese momento dignidad y ejemplaridad y, seguro, también a los
comportamientos de quienes se incorporaran porque los compartirían.
Por tanto, me
parece imprescindible plantearse asuntos que en estos momentos me parecen
fundamentales para los problemas de credibilidad y desafección que arrastramos,
y sólo a modo de ejemplo y de reflexión enuncio algunos:
1.- ¿Limitación de
mandatos?. Sí, y a todos los ámbitos de la representación orgánica e
institucional. En sí mismo airearía el sistema.
2.- Revisión de los
aforamientos. Sí, para defender a quienes tienen que ejercer su libertad
democrática de libre opinión sin limitaciones en el ejercicio de su
representación popular y no para otros puestos que aunque de responsabilidad no
precisan del mismo tratamiento y, sobre todo, nunca para situaciones privadas
y/o particulares.
3.- Un hombre un
cargo orgánico e institucional. Sí. Sin limitaciones ni excepciones.
4.- Obtención de
derechos pasivos: igual que cualquier ciudadano. Verbigracia: no es
comprensible que los/as diputados/as obtengan un complemento del Congreso a su
pensión, hasta elevarla a la pensión
máxima, por haber estado 7 años en el puesto y un ciudadano precisa 35 años
mínimos para obtener el mismo derecho. No es comprensible ni admisible tal
diferencia.
5.- Racionalización
de sueldos públicos. Los partidos han de establecer unos límites razonables a
los sueldos en el ejercicio de las responsabilidades públicas, con unos mínimos
y unos máximos, legislándolo con amplios acuerdos si es posible y si no se
alcanza el mismo por propios desacuerdos partidarios o ideológicos, han de ser
los de izquierda, ejemplarizando socialmente, quienes han de aplicarlos a sus
cargos públicos.
6.- Clarificación
de las incompatibilidades de los cargos públicos mientras lo son y cuando dejan
de serlo, evitando las famosas y escandalosas puertas giratorias con unos
criterios racionalizados. Por ejemplo: si por el cargo ostentado se va a
limitar ejercer en determinados ámbitos, igual hay que compensar a quien se
limita; si va a ser temporal, si va a ser permanente. Son realidades a
analizar. Obviamente se trata no sólo de impedir el posible abuso por la
posición pública ostentada, también ha de tratarse de que el ejercicio de esa
función pública no suponga un estigma para toda la vida profesional de esa
persona.
7.- Transparencia
total en todas las decisiones políticas, con la obligación de publicar
absolutamente todos los acuerdos y decisiones de forma amplia y accesible a
todos los/as ciudadanos/as a través de sedes electrónicas propias: ordenación
del territorio y asuntos de urbanismo, contrataciones de personal y de
servicios, seguridad, salud, etc.
8.- Racionalización
y/o eliminación de las indemnizaciones por cese de actividad (pública
evidentemente). No es posible entender, si no existe un convincente y
transparente argumentario que tras el
desarrollo de un período de responsabilidad en alta dirección pública se tenga
derecho a proporcionales períodos remunerados (¿similitud a un desempleo al que
no se tiene derecho como alto cargo?, ¿liquidación no acorde a ley?,
¿indemnización indiferido como diría aquella?, ¿compensación por posibles
limitaciones o incompatibilidades al ejercicio libre de la profesión del cargo
público que finaliza?...). Obviamente parece razonable, cuanto menos, que hay
que pensarlo y decirlo con claridad.
9.- En
desplazamientos y hospedajes se utilizarán los que se entiendan como un nivel
medio de prestaciones, evitándose hoteles de cinco estrellas y desplazamiento
bussines. Es decir, racionalizar aquello que no pagan los cargos públicos
cuando tienen derecho a ello y que, al no pagarlo cada uno de su bolsillo puede
resultar fácil olvidarse de lo que cuesta. No se trata de impedirlos sino de
usarlos bien y, por supuesto, han de quedar expresamente prohibidos para
aquellos que, en el ejercicio de sus responsabilidades ya cuenten con una
compensación que haga incompatible el uso de otra prestación. Verbigracia y me
explico: si se tiene concedida una compensación para una vivienda por alto
cargo distinta a la particular, no es posible que, además, se tenga
disponibilidad de un vehículo y conductor para llevarte a “tu” casa si la casa
tuya ha pasado a estar en la misma ciudad en la que desempeñas tus funciones y
por ello se te compensa económicamente con un alquiler.
10.- Renuncia expresa
a dobles pagos en cualquier sentido. Y no estoy pensando en sobres “B” tipo
Bárcenas, que eso resulta escandaloso y delictivo, sino sencillamente en que un
puesto un sueldo, aunque tengan que desempañarse funciones por ello en
diferentes ámbitos u organismos a los que obviamente se servirá sin
remuneración alguna.
Son sólo algunos
ejemplos sobre los que merece la pena pensar. Debate público y responsable y
análisis de la coherencia de las ideologías y las prácticas de los diferentes
partidos al respecto. Lo que sí parece claro es que la ciudadanía reclama
gestos y comportamientos éticos y ejemplificadores para volver a la política y
estos, y muchos que ustedes tendrán, además, en tiempo de crisis, no cuestan
dinero.