Las exabruptas manifestaciones del nuevo líder de
PODEMOS en referencia a abrir el candado del “régimen” del 78, aun respetando
la opinión que pueda merecerle ese período de nuestra historia, se me antojan
ofensivas para quienes hemos vivido desde entonces el mayor período de paz,
libertad, convivencia y progreso de la historia de España, sin dejar de
reconocer sus imperfecciones o asignaturas pendientes, algunas de ellas en
evidencia en este momento de crisis del sistema, pero, en absoluto, a mi
parecer, podemos menospreciar, 35 años después, el trabajo y la tarea que
muchos, y entre ellos millones de españoles que así refrendamos aquellas
reformas democráticas, hicieron por el bienestar de las generaciones
posteriores.
En momentos de confusión, desencanto e indignación
como el que vivimos, manifestaciones como esas podrán encontrar los efectos
electorales que busca esa nueva formación política y quien las hace, su líder, pero no es, a mi
entender, la mejor forma de construir un nuevo futuro a los jóvenes ciudadanos
de hoy ni a los que, no tan jóvenes, aun criticando también, pero desde el
respeto histórico dicho período, lo hemos vivido y disfrutado.
Siempre me han irritado y preocupado, e incluso
atemorizado, los salvapatrias que, además, pretenden reescribir la historia. El
revisionismo histórico de la dictadura respecto a los valores de la república
fue tan dañino como el pretendido revisionismo planteado en esa enigmática e
inexplicada referencia a los pactos de la transición, imperfectos como todo lo
humano y por tanto mejorables, máxime con la perspectiva de hoy, pero no por
ello erróneos o fallidos en sus resultados ni mucho menos despreciables.
Y la historia que yo conozco y a la que me refiero
es la historia de una guerra civil, la más cruel de las guerras si se me
permite, por aquello de luchar y tratar de vencer, incluso matando a familiares
y amigos, de una nación dividida en dos como consecuencia de un levantamiento
militar contra un poder establecido legalmente y que, tras su victoria, perduró
40 años y reescribió muchos capítulos de esa historia, hasta el punto de
hacerla “verdad”, tras la infalible táctica de repetirla una y otra vez y de
transmitirla a las generaciones que la vivieron, convenientemente desarrollada
y edulcorada a su favor en el sistema educativo de entonces. La historia es la
de un pueblo que no tuvo libertades y que pasó múltiples necesidades y hambre.
La historia es la de millones de personas, que tras sobrevivir a esas
dificultades, ocultando en muchos casos su forma de pensar para no ser
perseguidos por la tiranía del pensamiento único franquista, deseaban que sus
hijos no tuvieran que pasar por lo que ellos habían pasado, y trabajaban a
destajo para intentar conseguirlo satisfaciendo las necesidades de esas sus
descendencias. La historia es la de personas atormentadas por ese sufrimiento,
que a la vez mantenían en ocasiones la contradicción de haber conocido en sus propias carnes, o en primera persona
en otros, o por oídas o comentarios, los desmanes, purgas, torturas y
asesinatos del régimen dictatorial, y lo mantenían con su esfuerzo y trabajo,
en la mayoría de esos casos desde el anonimato, sin complicidad y
colaboracionismo hacia el mismo. La historia es la de muchos ciudadanos de bien
que tuvieron que convivir, pacientemente y desde todos los estamentos sociales,
con los vencedores que se apropiaron de todo el país. La historia era la del no
futuro y la desesperanza, ante la lentitud del paso de los años, para poder
superar esas amargas vivencias, teniendo que vivirlas en ocasiones con
impotencia por no poder hacer nada, el trauma de no haberlo hecho anteriormente
o la insatisfacción y el dolor de querer olvidarlo todo, pero sin renunciar,
poco a poco y muchos más día a día, a un futuro en libertad, en paz y
convivencia para el bienestar de sus hijos y el desarrollo democrático de su
país.
¿Se pueden no reconocer esas dolorosas realidades
y esos deseos de superación que tuvieron que vivir muchos de aquellos
compatriotas nuestros para salir de una España gris que les impusieron vivir?.Con
esa historia a sus espaldas, ¿se puede reprochar algo a esos millones de
personas que vieron en la transición esa oportunidad y pusieron todo su empeño
en tomar ese camino?
Para mí, hacerlo, es ningunearlos como personas
casi cuarenta años después de convivencia democrática gracias a ellos. Para mí,
hacerlo, es no reconocer la historia y ese momento histórico porque tenemos,
hoy, una perspectiva muy diferente de aquel entonces porque vivimos una
realidad que, gracias a ellos también, no tiene parecido alguno con la que
ellos vivieron. Para mí, hacerlo, es ajustarles de nuevo las cuentas de la
historia por lo que, hoy, pudiéramos considerar incapacidad o cobardía de
entonces o, sencillamente, ajustárselas por su forma de pensar y de sentir en
aquel momento de sus historias.
Es evidente que quedaron muchos problemas por
resolver con los acuerdos de la transición, y es notorio que quedaron muchas
asignaturas pendientes por decisiones adoptadas entonces, que hoy intentamos
abordar, porque primó el sentimiento por salir de aquel añejo régimen; es
lógico que, con sus vivencias, lo que buscaran esperanzadamente entonces fuera
la libertad, la tan escasa para ellos y añorada libertad, y es injusto querer
culpar de aquella decisión a todos los males y defectos de las
instituciones en nuestros días, de
nuestra sociedad en general y de la práctica política en particular, incluso
tildando lo surgido de entonces, con sus aciertos y sus errores repito, pero
desde la voluntad mayoritaria y democrática, de régimen.
Posiblemente, sin decisiones como aquellas ni el
propio Pablo Iglesias, Turrión, no Possé, sería un chico tan listo y tan
estudiado hoy, pero aquellas decisiones lo que no pueden es quitarle la
descortesía y la insolencia a sus exabruptos, aunque sí permitírselos tener.
Mejorar nuestro deteriorado momento social también
ha de suponer un esfuerzo por entender nuestra historia para mejorar nuestro
presente y poner nuevas estructuras para nuestro futuro pero nunca ajustándole
las cuentas a esa misma historia nuestra.