viernes, 21 de noviembre de 2014

Exabruptos por Camilo Buendía

Noviembre de 20140- Considero, en la política que deseo, que son tan importantes las ideas y las propuestas, formuladas por personas honestas que aspiran a gobernar los intereses generales y a representar a los ciudadanos y ciudadanas por estimar que son las mejores para nuestra sociedad y nuestro momento histórico, como las formas, pues estas son esenciales para el entendimiento y la posibilidad de diálogo en la diferencia que es, a mi entender, uno de los principales objetivos de la política democrática.
Las exabruptas manifestaciones del nuevo líder de PODEMOS en referencia a abrir el candado del “régimen” del 78, aun respetando la opinión que pueda merecerle ese período de nuestra historia, se me antojan ofensivas para quienes hemos vivido desde entonces el mayor período de paz, libertad, convivencia y progreso de la historia de España, sin dejar de reconocer sus imperfecciones o asignaturas pendientes, algunas de ellas en evidencia en este momento de crisis del sistema, pero, en absoluto, a mi parecer, podemos menospreciar, 35 años después, el trabajo y la tarea que muchos, y entre ellos millones de españoles que así refrendamos aquellas reformas democráticas, hicieron por el bienestar de las generaciones posteriores.
En momentos de confusión, desencanto e indignación como el que vivimos, manifestaciones como esas podrán encontrar los efectos electorales que busca esa nueva formación política y  quien las hace, su líder, pero no es, a mi entender, la mejor forma de construir un nuevo futuro a los jóvenes ciudadanos de hoy ni a los que, no tan jóvenes, aun criticando también, pero desde el respeto histórico dicho período, lo hemos vivido y disfrutado.
Siempre me han irritado y preocupado, e incluso atemorizado, los salvapatrias que, además, pretenden reescribir la historia. El revisionismo histórico de la dictadura respecto a los valores de la república fue tan dañino como el pretendido revisionismo planteado en esa enigmática e inexplicada referencia a los pactos de la transición, imperfectos como todo lo humano y por tanto mejorables, máxime con la perspectiva de hoy, pero no por ello erróneos o fallidos en sus resultados ni mucho menos despreciables.
Y la historia que yo conozco y a la que me refiero es la historia de una guerra civil, la más cruel de las guerras si se me permite, por aquello de luchar y tratar de vencer, incluso matando a familiares y amigos, de una nación dividida en dos como consecuencia de un levantamiento militar contra un poder establecido legalmente y que, tras su victoria, perduró 40 años y reescribió muchos capítulos de esa historia, hasta el punto de hacerla “verdad”, tras la infalible táctica de repetirla una y otra vez y de transmitirla a las generaciones que la vivieron, convenientemente desarrollada y edulcorada a su favor en el sistema educativo de entonces. La historia es la de un pueblo que no tuvo libertades y que pasó múltiples necesidades y hambre. La historia es la de millones de personas, que tras sobrevivir a esas dificultades, ocultando en muchos casos su forma de pensar para no ser perseguidos por la tiranía del pensamiento único franquista, deseaban que sus hijos no tuvieran que pasar por lo que ellos habían pasado, y trabajaban a destajo para intentar conseguirlo satisfaciendo las necesidades de esas sus descendencias. La historia es la de personas atormentadas por ese sufrimiento, que a la vez mantenían en ocasiones la contradicción de haber conocido  en sus propias carnes, o en primera persona en otros, o por oídas o comentarios, los desmanes, purgas, torturas y asesinatos del régimen dictatorial, y lo mantenían con su esfuerzo y trabajo, en la mayoría de esos casos desde el anonimato, sin complicidad y colaboracionismo hacia el mismo. La historia es la de muchos ciudadanos de bien que tuvieron que convivir, pacientemente y desde todos los estamentos sociales, con los vencedores que se apropiaron de todo el país. La historia era la del no futuro y la desesperanza, ante la lentitud del paso de los años, para poder superar esas amargas vivencias, teniendo que vivirlas en ocasiones con impotencia por no poder hacer nada, el trauma de no haberlo hecho anteriormente o la insatisfacción y el dolor de querer olvidarlo todo, pero sin renunciar, poco a poco y muchos más día a día, a un futuro en libertad, en paz y convivencia para el bienestar de sus hijos y el desarrollo democrático de su país.
¿Se pueden no reconocer esas dolorosas realidades y esos deseos de superación que tuvieron que vivir muchos de aquellos compatriotas nuestros para salir de una España gris que les impusieron vivir?.Con esa historia a sus espaldas, ¿se puede reprochar algo a esos millones de personas que vieron en la transición esa oportunidad y pusieron todo su empeño en tomar ese camino?
Para mí, hacerlo, es ningunearlos como personas casi cuarenta años después de convivencia democrática gracias a ellos. Para mí, hacerlo, es no reconocer la historia y ese momento histórico porque tenemos, hoy, una perspectiva muy diferente de aquel entonces porque vivimos una realidad que, gracias a ellos también, no tiene parecido alguno con la que ellos vivieron. Para mí, hacerlo, es ajustarles de nuevo las cuentas de la historia por lo que, hoy, pudiéramos considerar incapacidad o cobardía de entonces o, sencillamente, ajustárselas por su forma de pensar y de sentir en aquel momento de sus historias.
Es evidente que quedaron muchos problemas por resolver con los acuerdos de la transición, y es notorio que quedaron muchas asignaturas pendientes por decisiones adoptadas entonces, que hoy intentamos abordar, porque primó el sentimiento por salir de aquel añejo régimen; es lógico que, con sus vivencias, lo que buscaran esperanzadamente entonces fuera la libertad, la tan escasa para ellos y añorada libertad, y es injusto querer culpar de aquella decisión a todos los males y defectos de las instituciones  en nuestros días, de nuestra sociedad en general y de la práctica política en particular, incluso tildando lo surgido de entonces, con sus aciertos y sus errores repito, pero desde la voluntad mayoritaria y democrática, de régimen.
Posiblemente, sin decisiones como aquellas ni el propio Pablo Iglesias, Turrión, no Possé, sería un chico tan listo y tan estudiado hoy, pero aquellas decisiones lo que no pueden es quitarle la descortesía y la insolencia a sus exabruptos, aunque sí permitírselos tener.
Mejorar nuestro deteriorado momento social también ha de suponer un esfuerzo por entender nuestra historia para mejorar nuestro presente y poner nuevas estructuras para nuestro futuro pero nunca ajustándole las cuentas a esa misma historia nuestra. 

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