Noviembre de 2014.-Tras una tumultuosa
semana por las masivas detenciones de la denominada Operación Púnica y los
nuevos pasos judiciales de la trama Gurtel, cuyas consecuencias aún están por
ver en toda su dimensión, los ciudadanos y ciudadanas parecen estar cada vez
más alejados de la política actual tal cual la entendemos. Quizás, para mayor
concreción, estén alejados de los grandes partidos que han ejercido el poder
desde la recuperación democrática y han gestionado nuestra democracia desde sus
inicios, y no tanto de la cosa pública ni de la política. La desafección hacia
el sistema y los grandes partidos es muy preocupante como para no tomarla en
serio, mirar para otro lado, o seguir actuando de la misma forma y manera a
como tradicionalmente, hasta no hace mucho, se actuaba porque se entendía que
así se podía actuar. Y por supuesto no me refiero a comportamientos ilegales o
delictivos, sino a actitudes, por acción u omisión, de quiénes se tendrían que
poner al frente de esta necesaria regeneración. Eso es lo que dicen las
encuestas y los sondeos de última hora que conocemos y, también, lo que dice el
sentido común y mucha gente en la calle. Y es que el cansancio nos invade y el
desapego nos condiciona ante la ausencia de respuestas efectivas y claras por
parte de aquellos en quienes, en muchos casos, aun querríamos poder confiar.
Son muchos los
problemas que nos acucian y a los que hay que dar solución entre todos, pero
son demasiados los casos que nos preceden que día tras otro alejan a la
ciudadanía de la confianza en nuestro actual sistema de reglas y convivencia:
Púnica, Pokémon, Campeón, Bravo, Pujol, Palau-Millet, Fabra, Tótem, EREs,
Formación, Seseña, Bárcenas, Gürtel, Tarjetas B, Nóos, Malaya, Pacheco,
Sandokán…casos, operaciones, tramas… llamémoslo como queramos y, por supuesto,
no todos son iguales ni tienen la misma pretensión enriquecedora, pero todos
forman parte de un cúmulo de irregularidades e ilegalidades para los que hemos
de exigir legalidad y justicia. Redes empresariales corruptoras y políticos que
se dejan corromper o políticos que, a sabiendas o por ignorancia inexcusable,
delinquen a las obligaciones y deberes de su cargo. El daño político es el
mismo aunque las consecuencias penales sean diferentes y graduables en cada uno
de ellos, pero en todos las hay y, por tanto, a todos ellos legalidad y
justicia. Todas están en ese pantanoso terreno del ámbito público y los
intereses privados, en ese repugnante terreno del irregular beneficio privado
desde posiciones egoístas y lo más alejadas del interés general y público. Y
eso, que nunca desaparecerá del todo, tiene que pasar a ser la excepción y no
dejarnos la sensación de ser lo normal, lo habitual. La satisfacción de que la
legalidad funciona cuando estas situaciones están en las portadas de los
periódicos y en los medios de comunicación no es suficiente y no siempre
consuela, aunque bienvenida sea, pero mejor sería que no existieran o que se
pusieran los medios para impedirlas, detectarlas con mayor antelación y,
posteriormente, juzgarlas con rigor y sin excepciones y que se imparta
justicia.
Y considero que es
ahí donde no se está acertando o no se tiene voluntad de entrar. Que el partido
en el gobierno diga que sobre corrupción ha hecho todo lo que podía hacer es
irrisorio y cínico. Que el partido de la oposición diga que son un ejemplo de
transparencia por colgar en la red sus cuentas, es ingenuo y tardío. No son
esas respuestas las que esperamos los electores, los ciudadanos de a pié, los
sostenedores del sistema en todos sus aspectos.
Se hace necesaria
una profunda revisión de nuestras estructuras de Estado y nuestras normas de
convivencia desde una visión y una actitud política que respondan a los retos y
demandas sociales actuales de forma novedosa y comprometida.
¿Conocer los ingresos
y bienes de las organizaciones políticas y de nuestros responsables públicos?,
sí, por supuesto, además de que se prohíban las donaciones de empresas o
personas físicas relacionadas con subvenciones públicas o contratos públicos,
se prohíba la condonación de créditos a las organizaciones políticas, se
tipifique de una vez por todas el delito de financiación ilegal de los
partidos, se despolitice el tribunal de cuentas, se sometan a auditorías
internas y externas las organizaciones sostenidas con fondos públicos con
periodicidad, se modifique el sistema electoral para hacer más comprometido el
voto individual, se limiten los mandatos a cualquier nivel de la
administración, se revise el sistema de
elección del Consejo General del Poder Judicial, se reduzcan los aforamientos,
se inhabiliten para el ejercicio de responsabilidades públicas a todos aquellos
condenados por corrupción, se impida la
presencia en las listas electorales de imputados por corrupción, etc, etc,
etc... y menos indultos o sucedáneos de este, y nunca a delitos por corrupción,
por ejemplo.
Voluntad política,
compromiso ideológico y social, ética individual y colectiva y valores sociales
y universales para la revisión de la L.O. del Poder Judicial, L.O. de los
Partidos Políticos, L.O. de Régimen Electoral, L.O. del Código Penal, etc, etc,
etc.
Respeto a la
legalidad sí, pero para ser cada vez más justos. No siempre la legalidad es
sinónimo a justicia y, para ello, un simple ejemplo: “sólo se ha aplicado la
legalidad”, dicen los voceros del gobierno ante el nuevo régimen penitenciario
de semilibertad que se aplicará a Jaume Matas al concederle Instituciones
Penitenciarias (o sea el Gobierno) el 3er. grado tras una condena por tráfico
de influencias y estando aún pendiente de varias imputaciones en otros casos
abiertos contra el expresidente balear y ello, a pesar del informe en contra de
la propia prisión. La base legal el art. 31.1 del Reglamento Penitenciario:
“tiene la competencia exclusiva para decidir, con carácter ordinario o extraordinario,
la clasificación y destino de los reclusos en los distintos establecimientos
penitenciarios, sin perjuicio de las atribuciones de los Jueces de Vigilancia
en materia de clasificación por vía de recurso”. Los motivos argüidos: el
tiempo cumplido en relación con el tiempo de la condena, el tiempo de la
condena de sólo nueve meses, la buena conducta, la posibilidad de actividad
laboral en el exterior, etc. Todos ellos dentro de la legalidad, pero ¿justos?.
Esa misma legalidad que lo prevé también lo condiciona a un “podrá”, y es ahí
donde no dice la verdad el Gobierno pues si “puede”, también “puede no”. El
optar por la decisión tomada no contribuye a recomponer la confianza ciudadana
y sí a considerarla como arbitraria y encubierta del indulto que no se le
concedió cuando tras la condena lo solicitó, por lo que pierde la potencialidad
de ser “justa” y, en fin, para seis escasos meses que le quedaban ¿por qué
impedir su cumplimiento a costa de generar de nuevo desconfianza social?.
En situaciones de
excepcionalidad de esos delitos en el sistema bien “podría” ser justa la
decisión tomada con la pretendida voluntad de reinserción, pero en la sensación
de convivencia generalizada con corruptelas que estamos viviendo resulta
contraproducente para la regeneración
del propio sistema.
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